Es confuso. La maraña de estímulos le golpea con intensidad. No importa cuánto se resista, sin importar si da pelea, un cuerpo sobre el que tiene mínimo control dispara los mecanismos para que todos sus sentidos sean capaces de percibir. El horror.
Como si sus pensamientos le pertenecieran, alcanza a desear, con su último rasgo de inmortalidad, tener una disminución aguda de algún sentido. Principalmente la vista: deseaba, si es que aún algo gobernaba esta asignación, ser ciego completamente.
Pero no. Le fue negada la única oportunidad de hacer razonablemente soportable su paso por esta vida.
Todo sería más difícil.
Todo sería visible.
Su cerebro sería bombardeado con una cantidad absurda de información entre la que tendría que discriminar con base en... Nada. Básicamente, de manera arbitraria.
Casi todos terminan haciendo este ejercicio con base en la costumbre.
La música, ahí está. No creyó escucharla tan pronto, tan clara. Se hundió en un sueño tranquilo. Su mente estaba en blanco. Mejor dicho, en negro.
Era mecido por una tranquilidad extraña, reconfortante.
En ese momento, ahí, le era posible soltarse de la orilla de su mente e ir mar adentro. Como si volviera a ese espacio donde no significaba nada, donde no existía y sin embargo, podía expresarse en su forma más fiel, pura.
Y siendo sincero, ante ese último pensamiento se detuvo en seco. Cada vez tenía menos idea de qué significaba eso.
Sabía que tendría que aprender todo en una nueva codificación. Aprendería a expresarse. Sólo encontrará límites, confusión, y una falta enorme de entendimiento. Y las ideas siempre estarían incompletas. Y vivirá en la más grande y perfecta mentira jamás dicha: aquella que es la verdad, a la que se le ha sustraído información clave. Y pasará mucho de su tiempo buscando esa pieza faltante.
Bienvenido.
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