Los tiempos habían cambiado abismalmente. Apenas podía contemplar un mundo que cada vez le parecía más decadente, más estruendoso, más inquietante. Y con menos sentido.
Seguía mirando todo, esforzándose por poner ojos atentos, descubriendo más que comparando y juzgando. Trataba de vencer a esa voz en su cabeza que le decía que el pasado fue mejor y que rechazara todo lo nuevo, de ser posible de manera violenta.
Habían nuevos instrumentos para comunicarse. Igual no servían para nada. pero representaban un falso sentido de conexión que la humanidad siempre parecía necesitar para no avanzar. Para perpetuar ese estado animalesco en el que, la única ventaja era poder tener el pretexto de estar más cerca del mundo animal y natural en general que del mundo nuevo que se construía con bloques de conocimiento, cemento de bytes y a base de abstracción y un nuevo mundo de ideas, palabras, números, símbolos; es decir, cosas que no existen en este mundo de materia.
Contemplaba como los humanos despegaban los pies del suelo y seguían necesitando el consuelo de todo aquello que rechazaron. Humanidad. Solidaridad. Coeción. Incertidumbre.
Y ese, al menos, era un espectáculo ante el que sólo le quedaba sonreír.
Contemplaba el gran espectáculo, a veces con algo de incredulidad ante cosas que en verdad eran extrañas e incomprensibles. La repetición de errores. El mantener ideas caducadas para las que alguien o algo ya había escrito la verdad. Hechos, Hechos irrefutables. Demostraciones. La Verdad.
Si miras desde arriba, todos constituyen una red que se ilumina de acuerdo a diferentes tonalidades que responden al movimiento de la energía que impulsa cada neurona. Infinitas variedades trazan caminos que ante un ojo inexperto, se pierden. Pero ante un ojo observador que ha contemplado el espectáculo, resulta fácil seguir el rastro sinapsis por sinapsis, cabeza por cabeza, a lo largo y ancho del mundo.
Oye. ¿Y si te digo que no hay nombres, ni rostros, ni distintivo alguno? ¿Y si te digo que no hay individualidad y que son olas en un mar de cosas incontables cuyo movimiento recuerda tanto al agua?
Y si te digo que nada se suelta de la masa, que nada varía a pesar del paso del tiempo. Que si con atención, la muerte tampoco representa una disminución o pérdida, ¿me crees? Sólo los nacimientos tienen un efecto sobre el aspecto de ese mar, y es que encienden zonas que siempre han estado ahí, sólo que ningún color revelaba su existencia o naturaleza.
¿Me crees?
Parpadea ante el espectáculo. Nunca está listo para lo que está por suceder. Es doloroso. Es un proceso doloroso para el que aún no tienen explicación. Ni sentido.
Mira todo por última vez desde arriba, se despide del espectáculo, de esa sensación de estar en todas partes y en ningún lado. De ese lugar que podría ser el espacio y que ningún estado percibido por el ser humano puede reproducir. Se despide de ese momento en el que no existe.
Otro parpadeo. Y la luz se cierra ante sus ojos. Y el mundo se reduce y trae esa desagradable sensación de enfoque que hace que todo luzca tan cerca, que te obliga a ver detalles sinsentido.
¡No! ¡No!
Aún pelea porque siempre espera que sea distinto. Nada de esto es real. Este mundo material te confunde. Te hace creer que todo lo que está ahí es verdad. Pone la realidad por encima de cualquier cosa. Te obliga a mirar. Te obliga a sentir cada cosa. Dolor. Sólo dolor se puede derivar de eso. Confusión. Es una tortura. Es simplemente horrible.
Cierra los ojos y no quiere ver, no lo necesita. Pero no puede evitarlo. No puede.
A lo lejos se escucha una música, una canción.
La reconoce. No sabe como se llama, no conoce la melodía, jamás ha estado familiarizado con esa estructura musical. Pero la reconoce. Le da paz.
Cada vez la reconoce, siempre está. Es la cosa más constante a través de los tiempos: una música oscura que invoca un sinnumero de emociones de las que muchos humanos no están al tanto.
Que le transportan a un espacio seguro, muy parecido al vacío. Al no tiempo, al no espacio.
Que ha vuelto loco a más de un humano, muchos. Que es como fuego encendido por una chispa, en medio del bosque, atizado por el aire, que sólo puede terminar por arrasar todo a su paso.
La música se va apagando. Seguro está muy lejos, alguien escuchándola a través de un dispositivo para reproducir música. La música cesa y jamás podrá percibirla de nuevo, no así: sus sentidos se han manifestado totalmente. Ahora su rango de percepción es corto. La conexión se acabo, es seguro. Está sólo. Como jamás estaría en el vacío. Soledad, una de las cosas que no existen en el espacio exterior, ni en el universo. Sólo en este mundo, en este mundo de materia. Comienza la pesadilla, ¡oh. no! Esto es el infierno.
Seguía mirando todo, esforzándose por poner ojos atentos, descubriendo más que comparando y juzgando. Trataba de vencer a esa voz en su cabeza que le decía que el pasado fue mejor y que rechazara todo lo nuevo, de ser posible de manera violenta.
Habían nuevos instrumentos para comunicarse. Igual no servían para nada. pero representaban un falso sentido de conexión que la humanidad siempre parecía necesitar para no avanzar. Para perpetuar ese estado animalesco en el que, la única ventaja era poder tener el pretexto de estar más cerca del mundo animal y natural en general que del mundo nuevo que se construía con bloques de conocimiento, cemento de bytes y a base de abstracción y un nuevo mundo de ideas, palabras, números, símbolos; es decir, cosas que no existen en este mundo de materia.
Contemplaba como los humanos despegaban los pies del suelo y seguían necesitando el consuelo de todo aquello que rechazaron. Humanidad. Solidaridad. Coeción. Incertidumbre.
Y ese, al menos, era un espectáculo ante el que sólo le quedaba sonreír.
Contemplaba el gran espectáculo, a veces con algo de incredulidad ante cosas que en verdad eran extrañas e incomprensibles. La repetición de errores. El mantener ideas caducadas para las que alguien o algo ya había escrito la verdad. Hechos, Hechos irrefutables. Demostraciones. La Verdad.
Si miras desde arriba, todos constituyen una red que se ilumina de acuerdo a diferentes tonalidades que responden al movimiento de la energía que impulsa cada neurona. Infinitas variedades trazan caminos que ante un ojo inexperto, se pierden. Pero ante un ojo observador que ha contemplado el espectáculo, resulta fácil seguir el rastro sinapsis por sinapsis, cabeza por cabeza, a lo largo y ancho del mundo.
Oye. ¿Y si te digo que no hay nombres, ni rostros, ni distintivo alguno? ¿Y si te digo que no hay individualidad y que son olas en un mar de cosas incontables cuyo movimiento recuerda tanto al agua?
Y si te digo que nada se suelta de la masa, que nada varía a pesar del paso del tiempo. Que si con atención, la muerte tampoco representa una disminución o pérdida, ¿me crees? Sólo los nacimientos tienen un efecto sobre el aspecto de ese mar, y es que encienden zonas que siempre han estado ahí, sólo que ningún color revelaba su existencia o naturaleza.
¿Me crees?
Parpadea ante el espectáculo. Nunca está listo para lo que está por suceder. Es doloroso. Es un proceso doloroso para el que aún no tienen explicación. Ni sentido.
Mira todo por última vez desde arriba, se despide del espectáculo, de esa sensación de estar en todas partes y en ningún lado. De ese lugar que podría ser el espacio y que ningún estado percibido por el ser humano puede reproducir. Se despide de ese momento en el que no existe.
Otro parpadeo. Y la luz se cierra ante sus ojos. Y el mundo se reduce y trae esa desagradable sensación de enfoque que hace que todo luzca tan cerca, que te obliga a ver detalles sinsentido.
¡No! ¡No!
Aún pelea porque siempre espera que sea distinto. Nada de esto es real. Este mundo material te confunde. Te hace creer que todo lo que está ahí es verdad. Pone la realidad por encima de cualquier cosa. Te obliga a mirar. Te obliga a sentir cada cosa. Dolor. Sólo dolor se puede derivar de eso. Confusión. Es una tortura. Es simplemente horrible.
Cierra los ojos y no quiere ver, no lo necesita. Pero no puede evitarlo. No puede.
A lo lejos se escucha una música, una canción.
La reconoce. No sabe como se llama, no conoce la melodía, jamás ha estado familiarizado con esa estructura musical. Pero la reconoce. Le da paz.
Cada vez la reconoce, siempre está. Es la cosa más constante a través de los tiempos: una música oscura que invoca un sinnumero de emociones de las que muchos humanos no están al tanto.
Que le transportan a un espacio seguro, muy parecido al vacío. Al no tiempo, al no espacio.
Que ha vuelto loco a más de un humano, muchos. Que es como fuego encendido por una chispa, en medio del bosque, atizado por el aire, que sólo puede terminar por arrasar todo a su paso.
La música se va apagando. Seguro está muy lejos, alguien escuchándola a través de un dispositivo para reproducir música. La música cesa y jamás podrá percibirla de nuevo, no así: sus sentidos se han manifestado totalmente. Ahora su rango de percepción es corto. La conexión se acabo, es seguro. Está sólo. Como jamás estaría en el vacío. Soledad, una de las cosas que no existen en el espacio exterior, ni en el universo. Sólo en este mundo, en este mundo de materia. Comienza la pesadilla, ¡oh. no! Esto es el infierno.
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