Los escritores, todos, la vocación. La necesidad de hacer un algo que llama, la facilidad, la intención, la repetición, el talento.
Habemos una variedad, aún no se si grande o pequeña, de personas atrapadas en un sinfín de justificaciones para no escuchar la voz. Para quienes la definición de las cosas es más importante aún que la acción. ¿Cómo las llamarías? ¿Perdedores? ¿Desperdiciados? ¿Soberbios? Saber los significados, interpretar, atrapar, delimitar, constituyen el objeto de nuestra masturbación mental por la que vivimos, por la que comemos, por la que abrimos los ojos día tras día.
Somos incompatibles con la realidad. Creo que somos la culminación de una sociedad que se desvive por explicar las formas, la condición y la importancia de la condición humana. Tomamos por estandarte todo aquello que nos separa de la vida salvaje animal, condenamos el instinto y alabamos la pureza del pensamiento. Abrazamos la esperanza vacua de que, nuestro pensamiento nos salvará de una vida fútil, fugaz.
¿Qué queremos? Todo. Todo acá arriba, en nuestra mente, en nuestro cerebro. Pero acá, en el mundo material, las ambiciones son un idioma incomprensible, la fuerza física no constituye un esfuerzo considerable. El trabajo no es para nosotros. La vida debiera dársenos por la cantidad de ideas que producimos, por lo mucho que hemos rascado en el tejido de la abstracción, por lo mucho que hemos juzgado, por lo mucho que hemos analizado.
Me imagino que ya sabes cuál es el costo que pagamos segundo a segundo, que nosotros mismos producimos también por volumen. Sabes cual es la palabra que tenemos con más frecuencia en la mente, el sentimiento que no podemos negar sentir en nuestro cuerpo 100% funcional. Lo sabes, estoy segura.
Es el costo. Es lo lógico, es normal. Extraño es cuando no sucede así. Pero es lo esperado. Lo siguiente.
Algunos aceptamos el precio. Algunos no estamos dispuestos a cambiarlo. Algunos peleamos contra nuestra naturaleza con la promesa de que podemos ser distintos. Algunos no luchamos ni avanzamos. Algunos ni siquiera nos atrevemos a reconocernos. Algunos, rasgamos la realidad tratando de obtener manzanas de perales. Algunos sólo nos dedicamos a despreciar todo aquello que para los de naturaleza distinta, es valioso. Porque podemos, porque es fácil, porque porqué no.
Habemos una variedad, aún no se si grande o pequeña, de personas atrapadas en un sinfín de justificaciones para no escuchar la voz. Para quienes la definición de las cosas es más importante aún que la acción. ¿Cómo las llamarías? ¿Perdedores? ¿Desperdiciados? ¿Soberbios? Saber los significados, interpretar, atrapar, delimitar, constituyen el objeto de nuestra masturbación mental por la que vivimos, por la que comemos, por la que abrimos los ojos día tras día.
Somos incompatibles con la realidad. Creo que somos la culminación de una sociedad que se desvive por explicar las formas, la condición y la importancia de la condición humana. Tomamos por estandarte todo aquello que nos separa de la vida salvaje animal, condenamos el instinto y alabamos la pureza del pensamiento. Abrazamos la esperanza vacua de que, nuestro pensamiento nos salvará de una vida fútil, fugaz.
¿Qué queremos? Todo. Todo acá arriba, en nuestra mente, en nuestro cerebro. Pero acá, en el mundo material, las ambiciones son un idioma incomprensible, la fuerza física no constituye un esfuerzo considerable. El trabajo no es para nosotros. La vida debiera dársenos por la cantidad de ideas que producimos, por lo mucho que hemos rascado en el tejido de la abstracción, por lo mucho que hemos juzgado, por lo mucho que hemos analizado.
Me imagino que ya sabes cuál es el costo que pagamos segundo a segundo, que nosotros mismos producimos también por volumen. Sabes cual es la palabra que tenemos con más frecuencia en la mente, el sentimiento que no podemos negar sentir en nuestro cuerpo 100% funcional. Lo sabes, estoy segura.
Es el costo. Es lo lógico, es normal. Extraño es cuando no sucede así. Pero es lo esperado. Lo siguiente.
Algunos aceptamos el precio. Algunos no estamos dispuestos a cambiarlo. Algunos peleamos contra nuestra naturaleza con la promesa de que podemos ser distintos. Algunos no luchamos ni avanzamos. Algunos ni siquiera nos atrevemos a reconocernos. Algunos, rasgamos la realidad tratando de obtener manzanas de perales. Algunos sólo nos dedicamos a despreciar todo aquello que para los de naturaleza distinta, es valioso. Porque podemos, porque es fácil, porque porqué no.
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