Soy adicta a las grabaciones de sonidos de lluvia.
Horas, no importa, puedo escucharlas en un loop infinito. Y cierro los ojos, y juro que puedo oler la tierra mojada, puedo sentir el golpeteo de las gotas sobre mi cuerpo, puedo percibir la sensación de agua en mis pies. Sobre mi rostro. Corriendo por mis manos.
Desnuda, o con la ropa pegada a la piel, me veo caminando entre árboles. Buscando cosas, por caminos nuevos, mirando alrededor, estando en un momento donde no importa pasado ni futuro.
La lluvia me tranquiliza. Me lleva a un espacio raro, en el que genuinamente nada más cabe. Puedo pensar, sin intención, pero con un interés dirigido. Me da un lugar en el que puedo ser, estoy tranquila. Si mi corazón late, o si mis pulmones respiran, no tiene importancia. Es un sitio en el que todo se da naturalmente. No hay una conciencia per se de la vida, sólo una especie de viaje al que regreso cada vez que cierro los ojos.
Apenas escucho, me recorre una sensación de frío por el cuerpo. Y dependiendo, puedo imaginarme mi cuerpo como una fuente de calor y el vapor producto de la combinación de temperaturas me rodea, y siento lo cálido, lo reconfortante. O puedo recostarme en una piedra lisa y grande, que tiene calor propio, y la piel que entra en contacto con ella siente la calidez, y me recorre un escalofrío porque el resto de mi cuerpo siente el contraste.
O simplemente, agua y piel tienen temperaturas iguales y no hay incomodidad o percepción, sino un perfecto equilibrio en el que eso del frío o el calor no tienen importancia.
Amo la lluvia. Es mi fantasía preferida.
Horas, no importa, puedo escucharlas en un loop infinito. Y cierro los ojos, y juro que puedo oler la tierra mojada, puedo sentir el golpeteo de las gotas sobre mi cuerpo, puedo percibir la sensación de agua en mis pies. Sobre mi rostro. Corriendo por mis manos.
Desnuda, o con la ropa pegada a la piel, me veo caminando entre árboles. Buscando cosas, por caminos nuevos, mirando alrededor, estando en un momento donde no importa pasado ni futuro.
La lluvia me tranquiliza. Me lleva a un espacio raro, en el que genuinamente nada más cabe. Puedo pensar, sin intención, pero con un interés dirigido. Me da un lugar en el que puedo ser, estoy tranquila. Si mi corazón late, o si mis pulmones respiran, no tiene importancia. Es un sitio en el que todo se da naturalmente. No hay una conciencia per se de la vida, sólo una especie de viaje al que regreso cada vez que cierro los ojos.
Apenas escucho, me recorre una sensación de frío por el cuerpo. Y dependiendo, puedo imaginarme mi cuerpo como una fuente de calor y el vapor producto de la combinación de temperaturas me rodea, y siento lo cálido, lo reconfortante. O puedo recostarme en una piedra lisa y grande, que tiene calor propio, y la piel que entra en contacto con ella siente la calidez, y me recorre un escalofrío porque el resto de mi cuerpo siente el contraste.
O simplemente, agua y piel tienen temperaturas iguales y no hay incomodidad o percepción, sino un perfecto equilibrio en el que eso del frío o el calor no tienen importancia.
Amo la lluvia. Es mi fantasía preferida.
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