Oh por dios!! Ha sido tan condenadamente difícil. El 2015 sólo fue el preámbulo para un año horrible. La esperanza, el amor, los sueños, los recuerdos, todo fue tan tan doloroso. Incluyendo los accidentes que tuve, pasando por una quemadura que también fue muy dolorosa. Trescientos sesenta y tantos días de un trabajo constante por mirar las cosas de manera optimista. Estoy satisfecha porque eso pude mantenerlo de una manera constante.
Pero las cosas no resultaron bien. Realmente la mayoría de los eventos fueron tan desafortunados, todo estuvo tan mal, fueron terribles decisiones, una tras otra. Aquello que quería concluir, no concluyó, y aquello que cuidé, sobre lo que me enfoqué e invertí, terminó desastrosamente.
No voy a mentir, lo hice todo al revés. Quise ser ecuánime, pero terminé depositando todo en un compartimento que estaba destinado a sucumbir ante el peso. Y sucumbió.
Entregué mi poder a la persona menos adecuada. Bueno, tomando en cuenta que la única persona realmente adecuada para tener un poder sobre uno mismo, es uno mismo.
Para la siguiente analogía necesito describir a mis emociones como un ente ciego, incapaz de ver, de discriminar por medio de la visión y no porque no tenga ojos, sino porque está en la oscuridad. Constantemente respondiendo a lo que el resto de sus sentidos le dejan saber. Como si estuvieran solos, como si no tuvieran en quien apoyarse, dando pasos y respondiendo según el terreno que siente bajo sus pies.
Necesito urgentemente encender una luz, permitirles ver que cuentan con alguien que los cuida, que los guía, a quien realmente le importan, en quien se pueden apoyar. Que no están solos. Para que cuando algo las sacuda, sepan a quien mirar, que hay ojos y refuerzos para los momentos en que flaquean, que no están solas. Y para que no reaccionen dando golpes al aire esperando que alguno aseste correctamente.
También necesito urgentemente bajar el switch de la preocupación por aquel ínfimo porcentaje de cosas que realmente no están en mi poder, aquellas cosas que no puedo manipular, como la muerte.
Ah, es tan condenadamente difícil.
Estoy acostumbrada a la frustración en pequeñas cantidades. Pero no a las pérdidas, ni a la ira. Y me asustan ambas cosas. Principalmente la ira. No es buena consejera. Vuelve malo todo, de un modo distinto que la negatividad, hasta me atrevería a afirmar que la ira realmente es un sentimiento que actúa contra uno mismo, no así la negatividad, que puede aceptarse como un hecho de la vida, frío e inerte pero inocuo hasta que haces algo con él.
La ira, por el contrario, estoy segura que podría romperte.
Y mi fin de año culminó con ese regalo inesperado y desconocido. Ira. Jamás la había sentido. Jamás.
También necesito bajarle a mi hipersensibilidad al exterior. Cada ruido, cada sonido, cada cosa... Me quita mucha atención que puedo emplear en hacer algo, no sólo en sentir cosas.
Ah!! A veces creo que necesito ir y dejarme en el desierto y comprobar si puedo sobrevivir. Aunque, a decir verdad, estoy ahí, sólo necesito darme cuenta. Y hacer algo porque la no movilidad es un sistema próximo a caducar definitivamente. Que de hecho, hace mucho me mantiene suspendida en un limbo, una vida no vida. Una muerte no muerte. Viendo el mundo pasar a través del cristal.
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