Y como sigo participando del acuerdo común al que no es que me haya adscrito con determinación sino que nunca dije no a éste, el fin del año gregoriano se acerca ya violentamente, junto con sus trámites como la navidad y el invierno, y me pongo a pensar en lo que fue del año como la tradición dicta. Será que coincide con el fin de semestre, con las varias ofertas que nos gritan "necesito deshacerme de estas cosas para comenzar a vender los nuevos productos"; así es como doy paso en mi mente al recuerdo definitivo, el balance general de lo que pasó y lo que no pasó, de lo que hay y no hay y/o ya no hay, básicamente mi cerebro ya está programado. No he de adentrarme a descripciones innecesarias porque mi interés no es escribirlo todo, realmente solo tengo la inquietud de escribir aquí que sí, aún seguimos en lo que ya parece ser nuestro barquito. Me refiero a él, un lindo chico que de formas misteriosas se incorporó a mi vida así como yo a la suya. Y creo que siempre o que por mucho tiempo recordaré las citas que poco, poquito más de tres años, dieron paso a lo que actualmente mantenemos entre los dos. Recordaré las caminatas diurnas, los cafés, las preguntas y las respuestas, las miradas, y el frío, algo que justamente hoy me di cuenta que no hay en estas fechas en los años recientes y que cada vez es menos constante en cantidad e intensidad. Me recuerdan a aquellos días. Y lo añoro.
Pero bueno, el hecho de que entre él y yo hayan pasado tantas cosas sutiles, invisibles a la mirada del mundo, pero importantísimas para ambos, hacen del balance de año algo excepcional y bueno, y lejos de sentir un final, sigo sintiendo las cosquillas del comienzo. Para nosotros, para quienes las cosas siguen comenzando.
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