Un día despiertas y las cosas como Las conocías han desaparecido. El mundo para el que te entrenaron desapareció. No inporta si fue de manera paulatina o abrupta: un día va a caer el peso de esa realidad.
Un día despiertas y estás solo, totalmente solo. Te das cuenta que esto es en serio. Que ojalá hubieras puesto más atención a las técnicas de sobrevivencia, porque en cualquier momento vas a ir a buscar tu vida, tu lugar en esta vida.
Vas a enfrentarte al mundo, sola, sin un apoyo. Y necesitas hacer lo mínimo para mantenerte con vida, y vas a hacer lo necesario para hacer aquello que te gusta.
Un día te vas a dar cuenta que no puedes confiar en tu mente, ¡es falible! Y cuándo quieras dar un paso y no tengas la fuerza ni el equilibrio suficiente te vas a dar cuenta que todo el tiempo alguien más caminó por ti. Alguien más siempre estuvo detrás, como si se tratara de alguien que maneja y tú su títere.
¿De dónde viene la fuerza? ¿Quién dicta las instrucciones? ¿Dónde están?
¿Quién me va a encaminar?
¿Quién me contagió este miedo, esta indecision, este dolor, esta soledad? ¿Cómo llegó a mí? ¿Siempre estuvo ahí? ¿Por qué no puedo seguir mi camino? ¿Cuál es mi camino? ...
Pies. Mis pies me han llegado por todo el mundo que conozco. Literal y metafóricamente. Han sido mi único y leal instrumento. Y han sido fieles todo el tiempo, junto al resto de mi cuerpo. Me han cargado, y han padecido mis arranques de vanidad, han soportado mi deseo de verme de cierta forma aunque eso represente incomodidad, dolor. Pero realmente, han jugado bien su papel, más allá de lo esperado, que ya es mucho y más de lo que algunos tienen. Debo cuidar más mi cuerpo, ser más observadora y no retar en aquellas situaciones donde es posible, casi con seguridad, que en un pequeño descuido, el daño sea mayor, doloroso e incapacitante. Si lo pienso, una vez más, fue una gran falta de cuidado. No importa nada más que cuidar nuestro cuerpo.
Comentarios