Llevo tantos años escuchando tantas voces en mi cabeza. Y no, no son las voces de la esquizofrenia, como se suele decir.
Son esas voces de todo alrededor, de la gente que siempre tiene una opinión y cuya aceptación hacia los demás son escasas y sujetas a una simpatía que es básicamente, la repetición de sus palabras o la negación total de la idea.
Me he enfrentado a la intransigencia, a una de sus formas más duras y especialmente destructiva. Realmente quise transformar mi entorno, pero esa expresión de la intransigencia, esa manera de cerrarse al mundo... no pude entrar.
Alguna vez creí que siendo súper especial podía romper esa gruesa capa que lo contiene todo y también lo moldea todo, pero justo ahora pienso que no soy súper especial, o que independientemente de eso, no hay fuerza exterior que realmente tenga un impacto en esa capa, ni que pueda invocar un cambio en eso que habita el interior.
Sé que la aceptación de esa realidad es dolorosa. Es doloroso aceptar lo que se queda atrás. Es dolorosa la distancia que asumes y es doloroso aceptar que esa distancia es, básicamente infranqueable.
Lo peor es la indefensión que se experimenta frente al mundo ya que, como sea, la batalla aportaba un campo conocido cuyos límites proporcionaban una referencia ante el mundo.
Si no tienes eso, no hay nada. Solo la vastedad incomprensible de todo lo que siempre ha estado en el mundo pero de lo cual te encargabas muy poco, pues su relevancia era paralela a tu propia lucha.
Asumir que el resto del mundo va a ser y hacer lo que está en sus posibilidades, te deja parado en un punto en el que no importa a donde mires, básicamente hay miles de caminos tan variados como combinaciones de todas las posibilidades, y te conoces tan poco, que te agobia siquiera comenzar a pensar qué hacer con tu vida. Qué camino tomar. Como comenzar siquiera a mirar hacia adentro. Hacia aquello que te conforma.
Y necesitas buscar un motor que te haga moverte. Antes era la lucha perpetua, ¿ahora qué es? La vida por sí misma suena vacío, ya que en cierta forma, ese fracaso te hace ver, ante tus propios ojos, como un especimen no muy merecedor de esa atención. Tiene relevancia el propósito, no el contenedor para después depositar en él el propósito. Una vida de autómata suena tan poco inspiradora, porque después de todo, te has dado cuenta de que una vida sin amor, sin calidez, simplemente se tuerce hacia terrenos fuera de los humano, de lo reconocible.
Pero hay algo... No puede ser sólo así, no puede ser que seas sólo un apéndice que ha sido separado.
Ahora tienes que contarte quién eres.
Son esas voces de todo alrededor, de la gente que siempre tiene una opinión y cuya aceptación hacia los demás son escasas y sujetas a una simpatía que es básicamente, la repetición de sus palabras o la negación total de la idea.
Me he enfrentado a la intransigencia, a una de sus formas más duras y especialmente destructiva. Realmente quise transformar mi entorno, pero esa expresión de la intransigencia, esa manera de cerrarse al mundo... no pude entrar.
Alguna vez creí que siendo súper especial podía romper esa gruesa capa que lo contiene todo y también lo moldea todo, pero justo ahora pienso que no soy súper especial, o que independientemente de eso, no hay fuerza exterior que realmente tenga un impacto en esa capa, ni que pueda invocar un cambio en eso que habita el interior.
Sé que la aceptación de esa realidad es dolorosa. Es doloroso aceptar lo que se queda atrás. Es dolorosa la distancia que asumes y es doloroso aceptar que esa distancia es, básicamente infranqueable.
Lo peor es la indefensión que se experimenta frente al mundo ya que, como sea, la batalla aportaba un campo conocido cuyos límites proporcionaban una referencia ante el mundo.
Si no tienes eso, no hay nada. Solo la vastedad incomprensible de todo lo que siempre ha estado en el mundo pero de lo cual te encargabas muy poco, pues su relevancia era paralela a tu propia lucha.
Asumir que el resto del mundo va a ser y hacer lo que está en sus posibilidades, te deja parado en un punto en el que no importa a donde mires, básicamente hay miles de caminos tan variados como combinaciones de todas las posibilidades, y te conoces tan poco, que te agobia siquiera comenzar a pensar qué hacer con tu vida. Qué camino tomar. Como comenzar siquiera a mirar hacia adentro. Hacia aquello que te conforma.
Y necesitas buscar un motor que te haga moverte. Antes era la lucha perpetua, ¿ahora qué es? La vida por sí misma suena vacío, ya que en cierta forma, ese fracaso te hace ver, ante tus propios ojos, como un especimen no muy merecedor de esa atención. Tiene relevancia el propósito, no el contenedor para después depositar en él el propósito. Una vida de autómata suena tan poco inspiradora, porque después de todo, te has dado cuenta de que una vida sin amor, sin calidez, simplemente se tuerce hacia terrenos fuera de los humano, de lo reconocible.
Pero hay algo... No puede ser sólo así, no puede ser que seas sólo un apéndice que ha sido separado.
Ahora tienes que contarte quién eres.
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