¿Alguna vez has sentido que evitaste tanto mirar al interior que simplemente, llega un momento en el que hacerlo resulta, imposible?
Es una cosa complicada, pero ahora creo que soy capaz de distinguir ciertas cosas. Por ejemplo, una cosa es observar nuestras acciones, otra es tener conciencia de como las acciones interactúan con nuestras acciones y otra, muy distinta, es el escuchar nuestro interior. O el yo más básico, que no actúa, que no tiene posesiones materiales ni es corpóreo, ese que no hace más que apreciar la vida y tener una opinión. Que toma todo el exterior y lo apila, lo clasifica, lo ordena para tener algún nivel de integralidad interna.
Aquél que habla cuando callas, cuando meditas.
El ruido, la desesperación, el enfado, cuando no puedes estar quieto aún cuando no haces nada, son las ocasiones en que, haces hasta lo ridículo con el único propósito de no escuchar, de no tener que prestar/te atención.
A veces, cuando recurres mucho a este método, te enredas en una dinámica en la que, como si entraras a una rueda de hamster, depende más de tu condición el tiempo que puedas pasar en ella. Generalmente caes agotado, antes de salir de ella por propios esfuerzos.
Y entonces, aún entonces, no tienes garantizado el mirar a esa versión del yo. Es más común correr tras ella, ansioso por subirte de nuevo.
Es una cosa complicada, pero ahora creo que soy capaz de distinguir ciertas cosas. Por ejemplo, una cosa es observar nuestras acciones, otra es tener conciencia de como las acciones interactúan con nuestras acciones y otra, muy distinta, es el escuchar nuestro interior. O el yo más básico, que no actúa, que no tiene posesiones materiales ni es corpóreo, ese que no hace más que apreciar la vida y tener una opinión. Que toma todo el exterior y lo apila, lo clasifica, lo ordena para tener algún nivel de integralidad interna.
Aquél que habla cuando callas, cuando meditas.
El ruido, la desesperación, el enfado, cuando no puedes estar quieto aún cuando no haces nada, son las ocasiones en que, haces hasta lo ridículo con el único propósito de no escuchar, de no tener que prestar/te atención.
A veces, cuando recurres mucho a este método, te enredas en una dinámica en la que, como si entraras a una rueda de hamster, depende más de tu condición el tiempo que puedas pasar en ella. Generalmente caes agotado, antes de salir de ella por propios esfuerzos.
Y entonces, aún entonces, no tienes garantizado el mirar a esa versión del yo. Es más común correr tras ella, ansioso por subirte de nuevo.
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