Había una vez una chica que gastaba sus tardes de lluvia pensando en quien creía que era su amor más importante, pasaba horas traduciéndole canciones y transcribiéndolas para darle a él aquellas hojas de impecable caligrafía, esperando que todo lo que había fantaseado mientras llevaba a cabo esa tarea, pudiera transmitírselo, a través del papel, de las palabras, de las formas, de lo que fuera. Confiaba más en ese medio de comunicación que en cualquier otro.
Pero no funcionaba y pese a que sentía y reconocía la adoración que él le profesaba, aquellas puertas que le abrirían la opción de la vida que ella tímidamente deseaba permanecían cerradas, herméticamente. Y los ojos que brillaban con tanta pasión ante ciertos temas, permanecían opacos, los labios que tanto se movían mientras las frases salían permanecían torpes.
Poco a poco, sus propios sueños, encerrados en aquellas paredes de su mente, bajo su percepción solitaria y hambrienta, parecían ser cada vez más grandes, y llegó el momento en que pensó que inevitablemente, aquellos sueños terminarían aplastándola.
Pero no funcionaba y pese a que sentía y reconocía la adoración que él le profesaba, aquellas puertas que le abrirían la opción de la vida que ella tímidamente deseaba permanecían cerradas, herméticamente. Y los ojos que brillaban con tanta pasión ante ciertos temas, permanecían opacos, los labios que tanto se movían mientras las frases salían permanecían torpes.
Poco a poco, sus propios sueños, encerrados en aquellas paredes de su mente, bajo su percepción solitaria y hambrienta, parecían ser cada vez más grandes, y llegó el momento en que pensó que inevitablemente, aquellos sueños terminarían aplastándola.
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