He visto los arboles ser acariciados por las constantes ráfagas de aire que, como lamidas de una lengua que sin necesidad de humedad se desliza suavemente por su superficie aterciopelada que es la masa de hojas, responden en un intercambio de lenguaje imposible de descifrar ya que surge espontáneo y nunca es el mismo, es irrepetible, como palabras que, pronunciadas una vez, jamás volverán a ser dichas.
Pies. Mis pies me han llegado por todo el mundo que conozco. Literal y metafóricamente. Han sido mi único y leal instrumento. Y han sido fieles todo el tiempo, junto al resto de mi cuerpo. Me han cargado, y han padecido mis arranques de vanidad, han soportado mi deseo de verme de cierta forma aunque eso represente incomodidad, dolor. Pero realmente, han jugado bien su papel, más allá de lo esperado, que ya es mucho y más de lo que algunos tienen. Debo cuidar más mi cuerpo, ser más observadora y no retar en aquellas situaciones donde es posible, casi con seguridad, que en un pequeño descuido, el daño sea mayor, doloroso e incapacitante. Si lo pienso, una vez más, fue una gran falta de cuidado. No importa nada más que cuidar nuestro cuerpo.
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