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Borrador.

Al principio fue el vacío. Nada.
Poco a poco, la respiración antes unísona, tranquila, rítmica, se separó del resto, se detuvo por varios segundos y empezó a escucharse en otro espacio. Se volvió arrítmica, dificultosa, cambiando de intensidad y de vibración, siendo ahora como un silbido, ahora como un susurro. Se detenía, varios segundos, luego se reanudaba. Lentamente se fue incorporando a lo que parecía un sinfin de respiraciones más: se dió cuenta de que no estaba sola. Y como recordando el compás y tempo que había seguido, en una conciencia de ello (memoria escasa), comenzó a seguir ahora una, ahora otra, y siempre, en algún punto, antes ó después, aquella respiración variaba el tono,  se aceleraba, se detenía. Y a veces pasaba, que se perdía entre las otras respiraciones que empezaban a elevar su intensidad, aquella sincronía lograda, era opacada por ruido, por tantas otras que era difícil distinguir, reconocer una de otra.

Luego de varios intentos, de perderse tantas veces, la respiración sucumbió ante una especie de cansancio y se dió cuenta de que, podía cesar. Indefinidamente si así deseaba. Así que de nuevo, sin detenerse, un nivel de conciencia diferente (luego supo), le hizo aislarse del resto. Y el ruido desapareció, el espacio sufrió un cambio, el vacío entero parpadeó. Y pudo mirar que tenía cuerpo, brazos, piernas, cabello. Sonrió, se alegró y fue feliz. No cabía de gozo y se movía, abriéndose a un mundo que no conocía, supo del movimiento, de las posturas, de la calma, de la velocidad y del vaivén. Le parecía tremendamente genial. Y así gastó tiempo, sorprendiéndose con cada cosa que encontraba en su propio ser material, en su ser finito.

Volteó la mirada. Y lo que vió fue tan vasto, que los ojos se le empañaron por las lágrimas. Allá, a lo lejos, miles de otros cuerpos se movían. Y las respiraciones regresaron, el ruido de nuevo presente le perturbaba y por un momento, se sintió perdida, desorientada. Pausa.
Supo de la quietud. Sin ser consciente de que se había detenido, miró largamente y no podía creer que todo eso existiera en su mundo, afuera. Por mucho no supo si moverse, quedarse. Así que sólo estuvo pensando y observando. Aquellas largas filas de cuerpos se movían, algunas parecían estar siguiendo un camino, otras, torpemente, chocaban contra otras, cambiando de dirección indiscriminadamente. 

Poco a poco, empezó a mover los músculos: un grupo grande de todos estos cuerpos, se movían en dirección específica. Allá fue. Aún mezclada entre todos los demás, las respiraciones seguían siendo ruido, un zumbido. ¿Qué pasaba? No tenía respuestas, continúo. 

Con horror, observó que allá, al principio del contingente, los cuerpos se precipitaban al final de un despeñadero. Por primera vez, sintió algo que le pareció horrible, ajeno, increíble pero desagradable: un miedo terrible. Y confundida, sintió cómo su rostro se desfiguraba ante la idea de que todos ellos, iban hacia el mismo lugar. El contingente seguía avanzando y quería volver sobre sus pasos. Pero todos le empujaban por la misma inercia, cada vez más cerca. Y entonces sintió algo en su interior que su cuerpo interpretaba torpemente. Dió media vuelta y empezó a abrirse paso entre la multitud. Tan sólo quería dejar todo eso atrás.

Cuando lo logró, respiró con alivio. Y de entre todo el ruido, de entre el resto de respiraciones, algo familiar le hizo voltear a una dirección: se había acompasado a un resoplo fuerte, enérgico. Se puso de pie y aquél también lo hizo. Camino y el otro también caminó. Se movió a la derecha lo mismo que él. Y de pronto, ambos caminaban en el mismo sentido, en la misma dirección, con ritmos completamente iguales. Aquella sensación que le había acompañado desde que fue excluida del perfecto unísono (el firme conocimiento de soledad), se desvaneció y sentía una especie de tranquilidad al voltear y notar que seguían por el mismo camino, apoyando uno tras otro los mismos pies, los mismos movimientos. Y sonreía, extraña contracción muscular a la que se acostumbró. Hubo un punto en el camino, en el que al voltear, el otro, no lo hizo y se detuvo tratando de saber qué pasaba, ni siquiera hubo un titubeo en el otro, que siguió caminando con la mirada al frente, y le resultó inútil tratar de retomar el paso. 

Miró alrededor y se encontró en un punto en el que muy pocos cuerpos se veían a lo lejos, no reconoció nada y se sintió solitaria de nuevo. Otra sensación, pálida, se hizo presente: Y es que extrañaba a aquél, enormemente. Y día tras día espero, sabiendo que no regresaría, que no le vería jamás. 
Cuando se rindió a esa sensación, a esa conciencia, miró con más atención a su alrededor. Árboles, colores, plantas, animales. Alrededor era hermoso. 

Pasó  el tiempo, pocos, realmente muy pocos, se detenían. Y con herramientas, prueba y error, recogiendo cosas de sus exploraciones, construyó un refugio, donde resguardarse de la lluvia. Del polvo. Del calor.

Aquella vida era buena, pero en un momento todo eso le pareció innecesario. Estiró las piernas y salió, allá, tierras desiertas esperaban.          

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