De la infantil necesidad, de la suave y cálida, dramática manera de demostrarse que se existe. Que la vida es, que no soy un sueño dentro de otro sueño, que eventualmente tú reconoces que ahí estoy, que siento, que te veo y que también te reconozco. Como el pequeño, pidiéndole a su madre que lo vea haciendo tal ó cual cosa, porque así, cuando ella lo mira, cuando le habla y ella voltea y sonríe ante la pirueta... la siente y le devuelve la sonrisa sabiendo que es real, que existe, que es, y que ella también le quiere.
Pies. Mis pies me han llegado por todo el mundo que conozco. Literal y metafóricamente. Han sido mi único y leal instrumento. Y han sido fieles todo el tiempo, junto al resto de mi cuerpo. Me han cargado, y han padecido mis arranques de vanidad, han soportado mi deseo de verme de cierta forma aunque eso represente incomodidad, dolor. Pero realmente, han jugado bien su papel, más allá de lo esperado, que ya es mucho y más de lo que algunos tienen. Debo cuidar más mi cuerpo, ser más observadora y no retar en aquellas situaciones donde es posible, casi con seguridad, que en un pequeño descuido, el daño sea mayor, doloroso e incapacitante. Si lo pienso, una vez más, fue una gran falta de cuidado. No importa nada más que cuidar nuestro cuerpo.
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